El mundo actual se enfrenta a una paradoja económica que desafía las normas
de crecimiento y estabilidad: la deuda global. Las naciones, empresas y
consumidores se han endeudado a niveles sin precedentes, buscando siempre ese
balance delicado entre crecimiento sostenido y estabilidad financiera. Sin
embargo, la creciente dependencia de la deuda está creando un círculo vicioso
que podría poner en riesgo la estabilidad económica mundial, un dilema que
recuerda a la obsesión por el oro del pasado.
La deuda no es un fenómeno nuevo. A lo largo de la historia, las naciones
han recurrido a los préstamos para financiar guerras, infraestructura o para
salir de crisis. Pero lo que caracteriza a la deuda global contemporánea es su
magnitud y su expansión casi ilimitada. La pandemia de COVID-19, por ejemplo,
exacerbó una tendencia ya creciente: los gobiernos inyectaron billones de
dólares para proteger economías y salvar empleos, incrementando
significativamente los niveles de deuda pública. A su vez, las empresas y los
consumidores también se han endeudado en un intento por mantener el flujo de la
actividad económica y asegurar la recuperación. En el proceso, la deuda se ha
convertido en una especie de moneda global.
El problema surge cuando esa deuda comienza a generar una presión
insostenible. La deuda pública de países como Estados Unidos, Japón o varios
países europeos alcanza niveles alarmantes, y aunque los mercados financieros
siguen aceptando que los gobiernos sigan endeudándose, el costo de esa deuda
aumenta con el tiempo. La tasa de interés, aunque históricamente baja, comienza
a subir a medida que la inflación se convierte en un desafío central en muchas
economías, lo que obliga a los países a dedicar una parte significativa de su
presupuesto a pagar intereses. Y, a medida que se acumulan más deudas, las
políticas económicas se ven cada vez más restringidas. Esta dependencia de la
deuda pone a las naciones en una posición difícil: si no toman medidas para
reducirla, pueden enfrentarse a una crisis de confianza, pero si intentan
recortar de forma rápida y drástica, pueden enfrentar una recesión profunda.
La cuestión no es si la deuda es sostenible, sino hasta qué punto puede
seguir creciendo sin que se derrumbe el sistema. De igual forma, la búsqueda
incesante de estabilidad económica, a través de medidas como el gasto público y
la emisión de deuda, es un reflejo de un modelo que sigue sin cuestionarse
profundamente. La deuda no debe ser vista como un recurso ilimitado; si bien en
el corto plazo puede aliviar problemas y mantener el ciclo económico, a largo
plazo es una carga que puede erosionar la capacidad de acción de los gobiernos,
poner en peligro la estabilidad financiera y generar desigualdades aún mayores.
La deuda global moderna no es solo una cuestión financiera, es una cuestión
ética y social. ¿Hasta qué punto las generaciones futuras deberán cargar con el
peso de una economía basada en el consumo de recursos prestados? La
sostenibilidad económica no solo debe centrarse en el crecimiento de los
mercados, sino también en la creación de un sistema financiero que no dependa
de recursos ajenos, y que no lleve a las naciones y a sus ciudadanos a vivir
bajo la amenaza constante de la insolvencia.
Este es un momento crucial para repensar cómo se concibe la deuda y su rol
en la economía global. Al igual que en otras épocas, cuando la obsesión por el
oro afectaba la flexibilidad de las economías, hoy la deuda tiene el mismo
poder de atrapar a naciones y mercados en un ciclo de dependencia. Las
políticas económicas del futuro deben poner en primer plano no solo la
estabilidad financiera a corto plazo, sino también la creación de estructuras
económicas resilientes que no estén basadas en
la acumulación continua de
deuda. Solo así se podrá garantizar un crecimiento sostenido y justo, y evitar
caer en una trampa que termine por perjudicar a las generaciones venideras.
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